sábado, 27 de abril de 2019

La Pascua de Mieza en el Carrascal


Mieza tiene cuatro parajes espectaculares por su personalidad, su orografía y su sorprendente belleza: Los Reventones con su Miraduero La Peña La Salve, La Code, Las Arribes con su Miraduero La Peña el Águila y El Carrascal con El Mirador del Cura. Los miezucos cambian de Miraduero para no aburrirse de admirar tanta belleza en lontananza.

El pasado domingo, día 21 de abril, Mieza celebró su Pascua con una fiesta campera en El Carrascal, a tres kilómetros de Mieza y lindante con el término de Vilvestre. En cualquier claro del monte había mesas de camping, coches y mucha gente. Desde Mieza se accede al Carrascal por el camino real de Las Aceñas de Pandera y por el Camino Vilvestre, hasta Las Escarvajas de Arriba, cerca ya del picón del Mormeral, un desvío por la rodera de Valdelaviña al lado del caño Milredondo. Desde Vilvestre venía otro camino, hoy usurpado a lo público por fincas particulares, hasta el camino de Pandera cerca del Mirador del Cura. De lejos El Carrascal es una mancha oscura, pardusca y sombría de encinas verdinegras y parduscos sobreros o alcornoques, en un terreno con ligeras ondulaciones al borde de Las escabrosas Arribes. Hace años El Carrascal retrocedía ante la invasiva tala de leña para la lumbre. Hoy, ante el abandono del campo, El Carrascal, ahora invasivo él, reconquista su antiguo terreno.

Pasamos al lado del Pilar del Valle la Cruz, de El Teso las Chinas entre viejos vergeles centeneros cercados todos con muros de piedra, del Miraduero La Peña el Águila, atravesamos el Arroyo el Tuerto, dejamos a la izquierda el Arroyo Los Pajares y un poco más adelante, ya en El Carrascal, saludamos Las Tres Marías madres, tres encinas alineadas a la orilla del camino, de las que sólo quedan ya dos. Hace años los pastores que guardaban sus piaras de ovejas en el Carrascal se daban cita en este punto para regresar juntos a Mieza. Es El Carrascal. Antonio Machado canta, Encinares castellanos // en laderas y altozanos...
Soledad sonora que vibras en mí.
En El Carrascal había fincas productivas como la huerta de Los Saqueros, atravesada por el regato Milredondo, y que abastecía de pimientos, cebollas, ajos, a los pueblos de la redonda. En Saucelle decían, “¡Qué buenas cebollas se crían en Mieza!” Alto ahí, las cebollas no engordaban por el aire, si no por el buen trabajo y el abono con cagalitas de cabras que compraban al tío Isaac en la Casa de los cabreros. El Duero criaba buenos peces y ricas enguilas pero había que ir a por ellos y mojarse el culo. Dentro de la finca de Los Saqueros está la ermita de San Amao, hoy convertida en cuadra, y que dio nombre a este topónimo de San Amao. Antes de esta ermita, hubo otra al santo en la orilla del Rio en Las Aceñas de Pandera donde, al decir de los miezucos, unos pescadores de enguilas rescataron la imagen de San Amaro, que abreviaron a San Amao, le erigieron allí una pequeña ermita, desde donde los mozos de Mieza subían al santo hasta la pradera del actual San Amao y a donde se acercaba el pueblo en romería a pasar el día. Tal vez de esta vieja costumbre renazca la fiesta del actual Domingo de Pascua. Después subieron definitivamente al Santo hasta esta ermita de El Carrascal y actualmente dicha imagen, recién restaurada, está en la ermita de San Pedro en el Cementerio. Echad un vistazo a la Casa de Cabreros, al Mirador del Cura en finca privada, a Montegudín y a Las Conejeras.
El Carrascal estaba antes todo abierto donde pastaban libres piaras de ovejas y cabriás. Ahora todo son matujos de ásperos carracos, punzantes jumbrios, escobas, escañabones, jedigueras, gamonales, lecherenas (lechetreznas), (cuidado los rapaces traviesos con la leche de esta planta), y todo cercado de alambradas. Cada encina y cada sobrero tenían su dueño a veces marcados con cortes como hierro de propiedad, pues a veces estaban enraizados en tierras ajenas. En este Carrascal ya no suena el hacha del leñador porque está prohibido cortar árboles y porque ya no hay hombres que gateen para subir a cortar ramón o a varear la bellota. Eran hábiles, trepando sin escaleras como guepardos por el tronco al alcornoque o ayudados desde lo alto del mulo, se movían como monos sin arneses por las ramas con la podadera sujeta al cinto en la parte posterior a cortar ramón o a varear la bellota y luego apañarla una por una a riñón doblado. Vida dura. Si cogían dos o tres sacos de bellota la guardaban para echársela a los cebones en el mes de noviembre, mezclada con un poco de brujo, restos de la cuña y la piel de aceituna después de haberla triturado y prensado en la almazara, junto con unos polvos de harina.
Estas encinas pueden alcanzar los 10 metros de altura. Su tronco, áspero, grisáceo, retorcido, revestido de líquenes, y en su copa amplia y ramificada hasta llegar casi al suelo, anidan rabilargas, palomas, tórtolas; de sus ramas penden orugas balanceándose y formando procesiones, arañas tejiendo su red para atrapar las moscas voladoras, en sus coqueras se refugiaban el mochuelo, la lechuza, la comadreja, algún enjambre de abejas o avispas, el lagarto, la lagartija, y en sus raíces la madriguera de algún conejo. Toda una fauna en su tronco chaparro. Paséate por El Carracal y no encontrarás un sobrero o una encina que no tenga su coquera, como todos los humanos. Sus flores en formas de racimillos amarillentos y ocres, con el haz verde-oscuro de sus hojas y el envés revestido de una capa blanquecina.
El alcornoque es más altivo, su copa más abierta y su bellota más chata, arropa su tronco con un refajo de corcha gris que luego los humanos desnudan su barriga cada 9 años y lo dejan con el culo al aire. ¿Qué tendrán la encina y el alcornoque? Ambos dan el fruto de la bellota tan sabrosa para los cerdos, y estos tan gustosos para los humanos, a los que no les gusta ser llamados belloteros, sin embargo para valorar un jamón lo predican de bellota y las abejas cocinan la miel de encina. La bellota, un bien escaso, como todo bien en aquellos años de escasez, de los higos pasos, las castañas pilongas, hasta las bellotas eran apreciadas para comer. Algo tendrán las encinas que producen jamón de bellota y miel de encina. Tenían que estar atentos para recoger la bellota antes que otro la aventase. Nuestro Luis de Góngora se regocija en Ande yo caliente y ríase la gente…,sin calefacción ni televisión, con,
«Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas…,
…y ríase la gente».
El aire penetra en sus copas, se cuela por entre por las ramas haciendo palmotear y abanicar sus hojas produciendo vibraciones sonoras. Qué suerte tenían los miezucos, pues la hoja de la encina, del alcornoque, de la oliva, del quejigo, es perenne y renovable, para disponer del ramón de roije de las ovejas y cabras en los crudos meses del invierno. Aquellos desheredados de la fortuna, sin tierra para trabajar, sólo podían cosechar hambres; no podían ir a por leña para calentarse ni para hacer la comida, para lo cual no necesitaban leña porque no tenían qué comer. Ay si nos hablara La Senara del los Tararos.... Oigo a un miezuco que subido en una encina corta ramón para las ovejas y canta: Carbón de encina, cisco de roble, // la confianza no está en los hombres. Es un recuerdo, una ilusión.
Y ¿qué decir de la madera de la encina? La mejor leña para el carbón de asados, carbón de encina, cisco de roble, para herramientas de carpintero, garlopa, cepillo y formón, melenas de campana, cuñas del arado, badajos de aguisos y cencerros, piezas de cola de milano en el ensamblaje de piedras en iglesias,
Hoy no hay conejos, ni perdices, ni palomas, ni tórtolas, ni lagartos, ni lagartijas, ni…, ni ovejas, ni cabras, ni pastores, ni personas, ni… ¿Habrá tarántulas, víboras, escorpiones…, fantasmas…? El campo también se está vaciando de seres vivos. Hoy, Domingo de Pascua El Carrascal está vivo, hermoso y alegre, pero mañana estará solitario como los pueblos, y avanzando su reconquista por todo el término de Mieza.

En El Carrascal renacen jóvenes encinas, se repuebla el bosque de ojaranzos, nos invaden las escobas, hay sobreros soberbios, GIGANTES, aunque muchos han sucumbido a los años, al hacha del leñador o al fuego devorador. Y el ser humano huye.
Entre tanta aspereza vamos a poner un poco de color y sentimiento. En El Carrascal es abundante el arbusto aromático o lavándula o cantueso, comúnmente llamado tomillo y en más vulgar el tomillo borriquero. He visto cacarroyas y una flor de blanca novia que podría ser la Estrella de Belén, leche de pájaro, que se abre a pleno sol y se cierra al caer la tarde, la “dama de las once”; bonita luna de miel. Sendereando con un biólogo por los Olivares encontramos varias orquídeas, y me dijo, mejor no enseñarlas para que no desaparezcan.
  

Los golpes del hacha se expandían por todo el Carrascal y los ecos resonaban lejos multiplicados en ecos secos y entrecortados, amortiguados y enmadejados entre las ramas de las encinas. Oigo una brisa que sacude el encinar, las hojas se asustan, revolotean y palmotean unas contra otras como señal de alarma. Luego el viento sopla más fuerte, produce gran estruendo, y una música turbulenta y medrosa que en el atardecer estremece a las almas que vagan por allí. Ruge el vendaval y se orquesta una sinfonía de ruidos entre las ramas, cada hoja vibra su nota y cada rama zumba su acorde cercano o lejano, ruidos que se armonizan en melodías en el conjunto en una sinfonía de brujerío. Surgen sombras fantasmales, medrosas. Cuando ruge el Carrascal se acerca la tormenta, y brama el Duero, y se abroncan los picones unos a otros y se oyen lamentos en las sombras. Se asustan las almas medrosas. Los lugareños huyen. Huyen de los Olivares, de Las Arribes, del Carrascal. Huyen a su hogar, al “Lugar”, a Mieza. Llueve. Terminó la fiesta campera. Atardece. Huyamos de El Carrascal…

La luz del sol se apaga
entre encinas y sobreros,
picones y gamonales.
Oscurece. Sopla el viento.
Crujen troncos y piornales,
me asaltan sombras medrosas,
oigo voces sigilosas,
bramidos de carrascales…
Me da miedo. Tengo miedo.
Y mi sentimiento clama:
¿Por qué ruge El Carrascal?
Madre mía, di,
¿Por qué tus ojos, madre,
por qué lloran por mí?
Rugió el vendaval... Pasó la tormenta. Pero el sobrero quedó herido.

Despojos de una batalla de gigantes contra el fuego

martes, 9 de abril de 2019

Clok..., clok..., ¿se puede?

-Clok…, clok…, -llama uno de Mieza a una puerta en La Zarza. Es noche cerrada.
-¿Quién va?, -responden- preguntando desde la cocina de la Zarza.
-Soy del pueblo de Mieza y vengo vendiendo enguilas.
-Pero, ¿cómo vienes a estas horas y con esta noche de boca de lobo? Pasa y caliéntate.
-Vengo de La Vídola por el Puente Robledo. Estoy arrecido de frío.
-Los de Mieza no tenéis miedo a nada.
-Bueno, algo de miedo dan esos troncos de roble que de noche parecen fantasmas.
-Mete el mulo en la tenada y cena con nosotros.
-No, traigo la merienda en el fardel.

-Deja el fardel para mañana.


-Bueno, dale este kilo de enguilas a la mujer para que las fría y las cenamos esta noche al calor de la lumbre. 
 Ah, aquí en las alforjas tengo una botella de vino. Un poco levantao está, pero…, es lo que hay.
Cenaron una buena fuente de patatas con bacalao y detrás las ricas enguilas del Duero.
-Ayer mismo las pescamos en el Cachón.  Ahora baja poco crecido el Río y nos permite meternos en el agua,  porque cuando baja bravo,  ¡carajo con el Duero!
­Y ¿de qué familia eres?  –preguntó el de La Zarza-.
-Soy de los Tirariras por parte de padre y de los Meregildos por parte de madre. Prima mía era la Pepa de Mieza, casada aquí en La Zarza con Paco.
-Pues era vecina nuestra, vivía calle abajo cerca de la iglesia. Una buena mujer.
El de Mieza quería dormir en el pajar al lado del mulo. Pero no, durmió plácidamente en un mullido colchón de lana. Por la mañana se despidieron y quedaron como amigos de por vida Manolo el de La Zarza y Venancio el de Mieza. Un fuerte apretón de manos. Sellado.
-Adiós.
-Adiós.

jueves, 4 de abril de 2019

Las Arribes de Mieza

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Hace sólo 60 años siete pueblos ribereños del Duero formaban La Comarca de La Ribera, Saucelle, Vilvestre, Mieza, Aldeadávila, Masueco, Pereña, todos apodados de La Ribera, excepto, Villarino de los Aires, y sus habitantes eran riberanos. Hoy nos han invadido Las Arribes o Arribes las sin sexo. Ahora ya no es La Comarca de La Ribera, es La Comarca de las Arribes y sus habitantes arribeños. ¡Alto!, Mieza tenía ya un topónimo, llamado Las Arribes, como ningún otro pueblo, topónimo que abarca la escarpada ladera que se extiende desde el Arroyo del Valcoixo hasta la raya con Vilvestre. La Comarca de La Ribera era un territorio con caracteres étnicos muy especiales, en topografía, clima, costumbres, lenguaje, entonación de voz. Los miezucos tienen dividido este topónimo de Las Arribes en tres partes: Parte Arriba, Parte Enmedio y Parte Abajo, separadas por paredes, peñascos o serrijones. En la Ribera de Mieza había ribera para los olivares, ribera para vacas y ribera para cabras.
Hoy sendereamos por Las Arribes de la Parte Arriba. Salimos de Mieza por el camino Vilvestre…, y llegamos a Las Escarbajas de Abajo por un camino encolagao de paredes. ¡Qué trabajo construir tantas paredes piedra a piedra, agacharse a coger la piedra, levantarse poner la piedra y volver a agacharse…! Avistamos la mancha oscura de El Carrascal, viramos hacia el Camino real de Aceñas Pandera y al Mirador de La Peña el Águila. Señores, estamos en la cota 636 y tenemos que descender a la cota 190, a orillas del Duero. Abrimos el cañizo de Las Arribes y para sumergirnos en el Cañón cerramos la escotilla de un submarino imaginario e iniciamos la inmersión. Éste es un senderismo de bajura, de profundidades, prototipo de Las Arribes. Pasamos por el Carvajal, lugar que fue de robles, talados para hacer el cocido en tiempos de escasez de leña. Descendemos por terreno escabroso, entre peñascales hijos que brotan de la tierra como La Pedriza de las Roídas. Descenderemos 450 metros precipitantes al Duero. De frente en Portugal está El Arroyo, cuando llueve, bien te va, pero cuando no llueve, bien jodía te va. No intentéis jugar con el agua de este Duero mansurrón, ahí está el potencial dormido del agua y su fondo está a más de 60 metros bajo el agua. Las características de Las Arribes son: ROCA, ARBOLEDA, AGUA, TEMPERATURA, DESNIVEL.
Seguimos por un antiguo sendero de vacas, cabras y leñadores a la orilla del Río, al lado de la fuente del tío Miguel el Moizo, de la huerta de naranjos y limoneros de José el Lairiñas el Regato; imaginaros la huerta, porque está inundada 40 metros bajo el agua; hace 60 años sus limones ganaron premios en Madrid por sus medidas y por su jugosidad; aquí, lugar que fue de riñas y picardías entre el dueño de la huerta y los dueños de las vacas por desviar el agua de la fuente, uno a la huerta y otros a las vacas, y entre el de la huerta y la empresa constructora del embalse. Dejamos el sendero que orilla el Río y comenzamos la subida por La Era, un rellano donde descansaban y sesteaban las vacas durante ocho meses. Aquí, deteneos antes de mirar las musarañas del paisaje, ahora mirad hacia arriba, a los cimeros, esos picones ceñudos, Polifemos testarudos, vigilantes, provocantes y amenazantes desde arriba con lanzarte un pedrusco, esos Polifemos de un solo ojo que lo giran como los camaleones a medida que gira la luz solar y los hace cambiar de imagen, te parecerán un jorobado de Notredamme, luego un buda pancista y después... Recuerda la novela Peñas Arriba de José Mª de Pereda. Más tarde al atardecer cuando el sol declina a Portugal y los picones portugueses proyectan sus sombras, que cruzan el Río, trepan por estas laderas de España e inundan de sombras el Cañón como un tsunami. Se va la luz del sol con una lentitud que conmueve, como se van las gentes de estos pueblos y avanzan las sombras taciturnas de la soledad. Las grajillas secretean historias espeluznantes para añadir misterio al abandono crepuscular. La noche tiende su manto como un mantra estremecedor. Éste es un espectáculo que pocos han observado.
Buscad la naturaleza que está escondida detrás de la bulla de la gente. La naturaleza no es perversa, pero tampoco es humana, la humanizamos o pervertimos nosotros, y ella trata a los humanos como si fueran garrapatas cuando la molestan. Subiremos entre el verde vicioso de los hojaranzos recién pintados por la primavera. Cuando veáis un yedral que repta picón arriba intentando abrazarlo, recordad a nuestros abuelos de hace 60 años, cuando, uno de ellos se ataba con una soga como arnés desde lo alto del yedral y el otro tensaba la soga pasándola por una peña o tronco de hojaranzo dándole cuerda a medida que el primero iba descendiendo y desprendiendo la manta del yedral de la pared del picón. Cuando conseguía mondar toda la manta del yedral formaban dos o tres cargas de ramón para las ovejas. Pero seguro que tenían que llevarla a hombros doscientos metros hasta el cargadero próximo donde había que cargarla en los mulos. Vida dura.
Subimos por el camino del caño. En Las Arribes había mucha agua de manantiales, hoy se están secando como los pueblos. Hace 60 años estas Arribes estaban cruzadas por senderos de cabras y vacas para ramonear y beber en el caño y otras fuentes. Más arriba está El Genechal, un lugar donde en verano se formaba un bosque de enormes helechos, que segaban y hacían haces para tostar los cebones en las matanzas. Vida dura.
Celtis australis, almez, lodón, hojaranzo… a mí me habla el hojaranzo. El hojaranzo de hoja caduca se desarrolla en climas mediterráneos y húmedos, en terrenos ácidos erosionados de la roca. Ay, esta Arribes que daban de comer en invierno durante ocho meses a cientos de cabras y vacas, abastecían de escobas, escañabones, leña de hojaranzos (mala leña) para los morillos de las cocinas. Hojaranzos que, antes eran escasos, pero hoy invaden Las Arribes y forman el mayor bosque de la península, que suministraban la madera para hacer varas de arados, yugos, barzones, horcas, rastrillos, bieldos y bieldas para las parvas, bastones, cayadas, ahijadas, manceras, aros para hacer los quesos, suelos de las chancas (las cholas, antiguo calzado que yo usé de rapá)…vigas de techumbres, mangos de azadas, zachas y azadones. Yo, de rapá, cuando mis hermanos me decían que iban para Las Arribes les pedía que me trajesen graninas, el fruto del hojaranzo, unas bolitas de color negro y sabor dulzón. Las Arribes solucionaban muchos problemas a los riberanos en su vida dura.
Las Arribes fue una finca muy importante para Mieza, no era comunal, tenían dueños aunque en pro indiviso y eran alquiladas por ganaderos de Cabeza el Caballo, Saldeana, Barruecopardo. Su temperatura media es de 17 grados, la máxima de 46 grados. El paraje de Las Arribes es una franja de cinco kilómetros y medio de larga por unos 700 metros de ancho en una ladera con a veces del 80% de pendiente a la orilla del Duero, que resultan unos 3.800.000 m2, 381 Ha. Aquí, entre derrizas de canchales o picones, estos árboles forman un bosque casi continuo, retienen el terreno y aportan materia orgánica. Las cabras han desaparecido totalmente y las vacas se han reducido a la mitad por lo que los hojaranzos crecen ahora libremente sin ser ramoneados en estas fuertes pendientes, en las torrenteras, entre los picones que sombrean, y a la vera del gran Río. En la ruta conoceréis sus flores diminutas pues florecen entre marzo y abril y podréis observar aún cepas cortadas para leña hace 60 años. Por esto el 100% de los hojaranzos de Mieza son ejemplares jóvenes que miden unos 12 metros de altura, pero alcanzarán los 20 ó 25 metros. El reciente descubrimiento por los ecologistas de este gran bosque de almez tiene interés para ser protegido a nivel nacional y europeo por eso prefieren no airearlo a la publicidad.
La parte más abrupta es La Parte Arriba donde todos los años se esfayaba alguna vaca y varias cabras quedaban empoyadas, a donde tenían que acceder sus dueños atados con sogas, para sacar la cabra atada y luego sacaban al que había accedido al poyo. Para evitar esta desgracia tapaban el paso a estos sitios peligrosos con troncos de hojaranzos, zarzas y escobas, llamados tapiles, para que el ganado no entrase a comer los renovales tiernos, ramas de hiedra o forrajes que estaban en sitios peligrosos. En la Parte Abajo el hojaranzo es vecino de encinas y sobreros en El Carrascal y rodeado de grandes escobales en los cimeros. El señor Isaac de Saldeana por los años 1960 se hizo rico manteniendo 130 cabras y 56 vacas en la Parte Abajo durante 8 meses desde Los Santos a San Pedro; el matrimonio con 8 hijos dormía en la Casa de los cabreros, donde alimentaban los cerdos con el suero de hacer el queso e iban a vender la leche a Mieza.
Los dueños de Las Arribes podían meter vacas según tuviesen una, dos o más partes, o fracciones de una parte. Las cuatro cuartas partes de una parte equivalían a las cuatro patas de una vaca. Esto se traducía en que si tenía una parte (con sus cuatro cuartas partes equivalentes a las cuatro patas de una vaca) podía meter una vaca todos los años; los de media parte (dos cuartas, dos patas) podía meter una vaca cada dos años y el de una cuarta parte podía meter una vaca cada cuatro años, porque no tenía más que una pata. Y cada una de estas partes podía ser heredada, arrendada o vendida. Solamente los dueños podían entrar a cortar leña, escobas, escañabones, troncos de hojaranzo (mala leña) para la lumbre, y esto, sólo en la zona que los comisionados de Las Arribes les habían asignado previamente a cada dueño, por lo cual podía ser multado por el guarda de Las Arribes. Las Arribes de la Parte Abajo tenían un Guarda o Montaraz propio, encargado de ellas. Este Montaraz hacía un contratado cada año con los comisionados, elegidos de entre todos los dueños, valedero por un año, del uno de julio al treinta de junio del año siguiente. Este Montaraz tenía en el año 1899 un sueldo total de cien pesetas pagaderas por trimestres más las comisiones de dos vacas. Además recibía cuatro reales por guardar las reses. Entre sus obligaciones estaba la primera, guardar el terreno, maderas, leñas y escobas, dando parte en el término de veinte y cuatro horas a los amos. El guarda debería vivir la mayor parte del año en la cabaña de Las Arribes o en alguna otra del Carrascal para vigilar más de cerca. Los dueños del terreno podían despedir al guarda en cualquier momento “si extrajera del terreno, escobas, leñas o maderas; él podrá traer cada ocho días una carga de escobas para su casa pero nunca cederla”. Entonces las escobas se utilizaban a todas las horas para encender la lumbre en casa, se vendían para calentar el horno de la panadería, o se usaban para trocearlas y extenderlas en los corrales o en zonas pantanosas de los caminos para estiércol, donde eran pisoteadas y estercadas por el ganado
Los desamparados de la fortuna sólo podían cosechar hambres por respirar el aire, como no podían ir a por leña no se calentaban, y para cocer la comida no necesitaban leña porque no tenían comida. Vida dura. En aquel entonces, si al entrar en una cocina ardía una lumbre generosa en calor y en resplandor, era signo de bienestar. Para esto utilizaban la leña de Las Arribes, escañabones, hojaranzos, encinas, robles muy escasos, escobas, las podas de árboles frutales, vides, olivos, encinas, carrascos, que aprovechaban para el ramón de las ovejas en invierno. El Carrascal era un espacio abierto que podían correrlo las piaras, pues apenas había cercados y a veces las encinas y alcornoques eran marcados con varios cortes como señal de propiedad porque a veces estaban enraizados en tierras ajenas.
El último tramo del sendero por los cimeros es una fantasía empingorotados por la crestería de una sierra. En la quebrada de la tía Teresilla está el Picón del Valcoixo donde hay un agujero para acceder a dicho picón, y una vez arriba se anda con seguridad, desde donde Federico el Cantarranas vigilaba y al atardecer arritaba las cabras para que retornasen.

Viajero,
si te sientes en vaivenes de tumultos y revueltas un madero …
ven a Mieza.
Acércate…, sumérgete…,
relájate…, entrégate…
Senderea
entre peñas y hojaranzos piconeros.
Sosiégate.
Mochilero,
Quédate.

Venancio Pascua Vicente