Hoy, 8 spbre. 2020, festividad de nuestra patrona la Virgen del Árbol, ya que no se puede celebrar su fiesta y ofertorio de las Madrinas como cada año, quiero compartir con todos vosotros y con todos los pueblos limítrofes de Mieza, este vídeo como homenaje a nuestra patrona. ¡VIVAN NUESTROS PUEBLOS!
martes, 8 de septiembre de 2020
sábado, 6 de junio de 2020
jueves, 4 de junio de 2020
domingo, 22 de diciembre de 2019
lunes, 9 de septiembre de 2019
EL DESPERTAR DE MI PUEBLO
La
noche cubre con su manto oscuro al pueblo de Mieza que dormita aún su pereza. Las
sombras siguen agazapadas en los rincones de las alcobas, de las cocinas, bajo los
cabañales de los corrales, resistiéndose a ser borradas por la luz de la alborada
que despunta ya por los cerros. Los luceros se han apagado. Las calles están vacías,
silenciosas. Mi pueblo duerme.
Una
mujer despecha desde dentro la puerta de su casa y abre el cuarterón, saca su cabeza
desgreñada y mira como con desconfianza a uno y otro lado de la calle; deja el
cuarterón abierto como diciendo: ya estoy
en pie de tarea y al momento su chimenea comienza a vomitar un tímido humo grisáceo
adornado de volutas y penachos. Se oye el leve rumor de las hojas temblorosas en
las acacias de Las Eras, seguido del relincho de un mulo, el bramido de una
vaca…; un hombre entra en el corral a echarles la postura de la mañana. Canta
un gallo…, luego dos gallos…, y al final toda una algarabía en el gallinero que
espera a que el ama les ponga el mecío
de agua y salvaos, y se oye: “pita, pita, pita…, piru, piru, piru…”
Una gallina se ha vuelto loca cacareando el huevo que acaba de parir. Las vacas
y los becerros mugen, algún rebuzno, ladridos de perros, las ovejas berrean en los
corrales pidiendo salir al campo. Mi pueblo reballa.
Todas
las cocinas fuman las pipas de sus chimeneas, huele a borrajos, a tocinos con huevos
fritos y a pucheros espumando las patatas para el desayuno. El gañán apura su
pinga de aguardiente para limpiar las telarañas del callejón de las sopas. Carraspea.
Los rebadanes ordeñan las ovejas en
las cuadras. Silbidos de tordos en las alamedas, algarabía de pardales que en
bandadas aburren con su canto monótono en las tenadas y picotean los cagajones en
las calles. El gato, que ha estado de juerga por la noche, dormita y runrunea
al lado de la lumbre con el rabo alrededor de sus patas. El sol destella por el
cerro de La Laguna. Mi pueblo está despierto.
Es
otoño. Hace dos días un nublado bendijo a mi pueblo durante la noche con una
lluvia fina para que el sembrador insemine las cortinas de nabos y herrén y
abra las besanas para la sementera; el labrador no ha dormido del contento,
oyendo el ruido del agua sobre los tejados y la risa de las canales meándose
sobre el empedrado de las calles. Los mulos apuran su postura antes de que el amo les cargue el arado para la labor, o
prepare los yugos y coyundas para uñir
la pareja de vacas. Salen los rebaños de ovejas a comer la otoñada que ha brotado
en las eras y en los linderos de los caminos. Ya tenemos, sol, agua, aire, tempero
y allá en el fondo, el eterno olvidado, el padre Duero que murmura su canción
no escuchada. El campo cobra vida.
El
sol remonta la cúpula celeste borrando neblinas matinales. Los mulos hacen restrallar las herraduras de sus cascos
sobre el empedrado de las calles. Los rebaños de ovejas suben por Las Eras alegrando
la mañana con el cascabeleo de sus aguisos.
Algunas mujeres encaminan sus cabras a La Majá para que los cabreros Federico
el “Cantarranas” y Jacinto el “Sin Manos” las lleven a Las Arribes. Los rapaces
alborotan camino de la escuela. Mi pueblo es un hormiguero.
El
sembrador montado en su mulo sobre el arado va camino de Navancha (Nava ancha),
este año la hoja meseguera está en la Parte Enmedio. En las alforjas lleva su
merienda en el fardel y el pienso para su mulo en el morral. El rocío brilla y
tiembla suspendido de las hierbas secas del camino. Llegan al cerrao y, mientras el mulo arrebaña las
hierbas secas del lindero, el sembrador abre el saco de la semilla que ha
seleccionado, la esparce a voleo, uniformemente y con mimo para que no salte
las lindes de su tierra y no brillen calvas en el maraojo. Esta semilla, que hoy es oro, sueña con ser espiga granada,
trillada y aventada en la era, ser molida, harina, masa y pan crujiente. El
sembrador sueña y canta:
“Cuando siembro voy cantando porque
pienso que al cantar
con el trigo voy sembrando mis amores
al azar…
Y el grano arrojo con tanto brío
que me parece que el mundo es mío…
¡Ah!, sembrador
que has puesto en la besana tu amor
la espiga del mañana
será tu recompensa mejor.
…………………………………….
Y aguarda el porvenir, sembrador.”
El
labrador unce el arado al mulo y traza los primeros surcos como en borrador, guiando
al mulo con los raberos, a las palabras tesa,
arre, y ajusta la arada a la linde irregular del cerrao; al tercero saca un surco recta de tiralíneas. El sol
remonta la cúpula celeste y el tempero de la tierra se va haciendo multicolor a
medida que se airea y avanza la arada; algunos pájaros picotean en la besana buscando
una lombriz. El sembrador empuja la mancera para que el arado se hinque en la
tierra y ésta, al paso del arado, abra sus brazos maternos, esponje su vientre,
cubra la semilla y queda preñada, mientras el sembrador se emociona y piensa en
su mujer que está embarazada y canta, canta a su mujer y a su hijo y sueña con
la espiga dorada del mañana. Hoy todos sueñan, sueña la tierra, sueña el grano
de trigo, sueña el sembrador en su mejor recompensa, el hijo y el pan. No hace
viento, se oye nítida toda la música del campo, los cantos del sembrador, el
grito del rebadán en Los Chagariles, los
aguisos y el balar de ovejas,
ladridos de perros y rebuznos de burros contestados desde puntos lejanos,
relinchar de mulos, bramido de vacas en el caño del Ejido Abajo, el eco lejano
del reloj de la torre. Los valles y cerros están llenos de ojos. El campo está
vivo. El campo habla y se responde. El campo enseña a cantar y a ser poeta.
En
el cruce de los caminos Barrueco y Cerezal hay una estridencia del silencio, han
salido los rapaces al recreo llenando de voces y algarabía la mañana. A la
media hora vuelve la paz porque han terminado su recreo. El sol está en lo más alto
de la cúpula celeste.
Es
la hora. Y nadie tiene reloj. El sembrador deja el arado en la reveza, pone el morral en el hocico del
mulo y se sienta en una peña a comer su merienda. La tarde sigue más lánguida
que la mañana, ya no hay siesta ni merienda, las flores quitameriendas llenan
las eras. Cae la tarde y el sol está a punto de resbalarse por la cúpula
celeste hacia Portugal. El labrador desunce el mulo y deja el arado en la reveza en descanso para el día siguiente.
En un montón de piedras un mochuelo rechoncho chirría y vigila la tarde. Es
hora de volver a casa. Cruje una zángana que saca agua del pozo y suena el
pitido agónico y lejano del tren de Portugal. Las chimeneas exhalan el humo del
calor del hogar; ahí está la madre. Los rapaces juegan en el Frontón de Las
Eras. El hombre despacha los animales, aguza la reja embotada en la fragua de
Toribio donde saltan las chispas por la ventana a La Colaguina y los repiqueteos
sobre el yunque resuenan hasta Las Eras, mientras los hombres cotillean el
tiempo y las tareas del campo. ¿De qué van a hablar, si no? Los hombres
cotillean en la fragua lo mismo que las mujeres en la solana y en los pozos de
lavar.
Los
rebaños de ovejas y las vacas retornan lentas al lugar. Los tordos se refugian en
bandadas ennegreciendo las alamedas de de la Fábrica y de La Moral de Abajo y lanzando
silbidos tristes que aturden la tarde. Bajo los aleros y sobre los alambres de
la luz las golondrinas preparan sus agrupaciones para emigrar a África. Termina
el día y sus quehaceres. El sol se ha ido a dormir allende Portugal, pero madrugará
y despuntará al día siguiente por La Laguna. Cantan los grillos en los praos de la Fábrica, una luciérnaga relumbia en un zarzal y en el Sierro un
mochuelo vigila desde el buraco de una cerecera
a un ratón entretenido en roer las bellotas caídas de un carrasco. Ha venido la luz y es hora de cenar y de programar las
tareas del día siguiente. El día ya tiene sueño, se ha vestido su camisón
oscuro de la noche y se va adormir. La luna en lo alto del cielo es una lechuza
que contempla la paz de mi pueblo, al que adormece cantándole la nana del
descanso. Mi pueblo duerme. ¿Despertará?
Esta fue Mieza hace 80 años. Recuerdos
de realidad que fue. Y ya no es. ¿Desertores? Muchos. Yo.
Hoy,
en mi pueblo, no hay 200 rebaños de ovejas, no queda ni una pareja de vacas. De
los 200, “El mulo, tu mulo, su mulo, mi
mulo”, sólo quedan 5 mulos carcamales, y 10 nostálgicos burros, como sus
dueños. El campo se está plagando de escobas invasoras, punzantes piornos y
ásperos carrascos. No canta el
sembrador. No hay bautizos. Y todos tienen relojes. No vomitan humo las
chimeneas. Las casas están ahí, vacías en invierno, como el cascarón de un caracol
muerto. Mi pueblo, Mieza, se vacía de gente. ¿Debroca su vida? ¡Ah!, hay unos 72
tractores que dentro de pocos años serán chatarra. ¿Será mi pueblo, dentro de
unos años, un pueblo vacío de sí mismo, pero inundado de turistas los fines de
semana para admirar sus espléndidos Miradueros?
¿Tiene
remedio? No. Ley histórica de evolución a mejor. ¿Responsables? Todos. Ninguno.
Venancio Pascua Vicente
Publicado en el Programa de Fiestas
de Mieza, 2019
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