La culebra multicolor de
senderistas por entre jaras y olivares ha llegado a La Code, la
comida es entre peñas, el chupito de aguardiente carraspea, los manteles
recogidos, la flauta y tamboril anuncian fiesta, la música está servida.
Señores, pasen y bailen. Unos bailan la Jota, otros charlan o dormitan…,
mientras los rapaces el Bugallo y el Lagartijo se han enzarzao en una pelea de rapaces
azuzados por unos y por otros:
- Lagartijo, ponle la zancadilla –gritaban unos.
- Bugallo, trábale la pierna y
túmbalo –gritaban otros.
- Lagartijo, agárrale por la
camisa –incitaban los
unos.
- Venga, venga, Bugallo, tírale
del tirante – azuzaban los
otros.
- Lagartijo, tírale de las greñas –chilló uno de los unos.
- Bugallo, tápale los ojos –gritó otro de los otros.
- ¡Venga, venga, Lagartijo!,
- Venga, Bugallo, ¡venga!
Se acercaron el alcalde, el tío
Antaño y el tío Lesnas a separarlos, diciéndoles:
- Pero, ¿por qué os pegáis?
- Si no nos pegamos, estamos
echando una vuelta a ver quién tumba al otro.
- La culpa la tiene él, –dijo el Bugallo- que le enseñé en secreto un nido
de revalva con tres huevos y después él se lo enseñó a Pepe el Conejo.
- Él hizo lo mismo con un nido de
verderón que le enseñé con pájaros en carninas.
- Y ¿qué tiene de malo que
enseñéis los nidos a los amigos? –dijo el tío Antaño.
- Esto son secretos con juramento
entre amigos –respondió el
Bugallo.
- ¿Y cómo es ese juramento? –preguntó el alcalde.
- Antes de decirle yo el secreto
del nido, -dijo el
Bugallo- él cruza los dedos
así: el dedo índice formando cruz con el dedo gordo y dice: “lo juro por esta
Cruz bendita”, él besa la cruz y entonces yo le digo el secreto.
- ¿Y si no guarda el secreto? –preguntó el tío Antaño
- Pues que comete un pecao –contestó el
Lagartijo- como hizo este cricas.
- Y tú mocoso –dijo el Bugallo haciéndole
momos con la lengua y la nariz.
- Pero no decíais que estabais
jugando –dijo el Lesnas.
- Bah, con este gaita no se puede
“juegar”.
Así eran los juegos y los pataleos
de aquellos rapaces. Y eran felices jugando y riñendo como amigos. Y
estos desgarramantas no hicieron las paces,
continuaron jugando como si nada hubiese pasado, porque estas peleas eran su
juego.
En este momento vieron un nido de
rabilarga en lo alto de un roble muy delgado y para decidir quién trepaba al
nido el Bugallo lo echó a suertes silabeando el sonsonete:
¿Quién tiró ese pedo
que huele e a caramelo?
Al tu-ru-ru-rú
que fuiste tú.
¡Zas! y le tocó trepar al más
enclenque, al Zarajuelles. Cuando estaba éste en lo alto del roble los otros
zarandeaban el roble para asustarlo y el Zarajuelles les gritaba:
- Repuñeteros, no sacudáis el
árbol que me espantáis la pájara.
- Venga, venga, a espantarle la
pájara. El Zarajuelles
bajó enfurruñao y dijo:
- Ahora me voy. Y los rapaces le cantaron:
Se va el Caimán
Se va el Caimán.
Se va pa La Solijera
Se va, se va y no vuelve más.
Así curaban los berrinches y los
cuajos entre aquellos renacuajos. Mimos no.
El baile se ha terminado, los
senderistas entre guindales y cerezos en flor retornan tranquilamente al pueblo
y La Code se queda solitaria. Es una tarde templada de abril.
En esta tranquilidad los
senderistas Manolo y Adelaida se sientan sobre una lastra a la solana de unas
peñas mirando al Duero. Él la cogió de la mano, no por costumbre, si no por
primera vez que tiene mayor emoción, y dijo:
- Adelaida, esto es grandioso. Sí, esto es grandioso, Adelaida - Ella calló mirando al
Duero. A Manolo le gusta repetir el nombre de Adelaida.
Él, mirándola, se olvida del cañón
del Duero y posa su brazo por encima del hombro de Adelaida y al mirarla ve en
ella unos ojos grandes como soles que se han vuelto con ternura hacia él. Algo
flota entre ellos. Este gesto de aproximación fue la síntesis de este momento,
un mundo de luz dentro del ya mortecino atardecer de la tarde. El aguadel Duero
lo llena todo de energía, energía que vivifica también a los dos y esta energía
cósmica que ha llenado todo el cañón desde su origen a lo largo de siglos, de
soles y de lunas, de estiajes y riadas, de luces y de sombras, de catástrofes y
bonanzas, de victorias y derrotas, hasta que hoy puede decir él a ella:
- Te quiero. Ella giró la cabeza y clavó sus
ojos en los de Manolo, luego apoyó su cabeza en el hombro de Manolo provocando
en él un estremecimiento como si todo el promontorio de La Code se hubiese
desplomado hacia el Río. Se sintió estar lleno de soles, lleno de ojos negros,
lleno de una sola mujer. Ahora Manolo bendijo el impulso de haber venido al
Senderismo, a La Code, haber visto jugar a los rapaces de Mieza, de estar en
esta escena con Adelaida, nueva para él, pero escena repetida aquí todos los
atardeceres durante siglos, mientras el Duero tallaba estos picones grandiosos.
Ella le acarició su cabeza y él
emocionado atrajo y apretó el hombro de Adelaida contra él. Ella tenía los
labios entreabiertos como ofreciendo una promesa, como una entrega a plazos. Él
rodeó su cuello con el brazo, acarició su pelo y sintió este momento como
definitivo y quiso hacerlo eterno. Así, tan pegada a él, como si fuera otra
cabeza suya, con dualidad de pensamientos, de deseos, caras, ojos.
El arrebol de las nubes del
crepúsculo, heridas por el sol moribundo, teñía de oro la cara morena de
Adelaida y el sol, cansado y herido, se hunde en el horizonte para que los
hombres por la noche deseasen otro sol. Se había hecho tarde. Las sombras
ennegrecían el cañón y se habían elevado hasta lo alto del abismo, del abismo del olvido, del
olvido absoluto de sí mismos, el cero absoluto del olvido. No sentían la
frontera que mantiene el rigor entre lo que pensaban, sentían, deseaban y lo
que les estaba permitido pensar, sentir y desear. Volvió a mirar los labios
entreabiertos de Adelaida, miró a sus ojos y se encontraron sus miradas
formando dos líneas rectas.
- no… lo, -silencio
inquietante-, eres un sentimental emocionándote con el
Río. Ella se esforzó por estar seria, pero le falló el
esfuerzo y comenzó a reír. Y rieron los dos como niños.
- No, Adelaida, ahora me emociono
porque estás tú aquí, ahora, en La Code,en…
Un sentimiento, aún no escrito,
estalló en el aire como fuego de artificio y retumbó sin sonido a lo largo del
cañón multiplicándose en miles de ecos indefinidos.
Un mochuelo encendió sus ojos de
amarillo y “maulló”:
Es La Code
un sendero y un temblor,
un altar de enamorados,
un: -Te
quiero.
-Ay amor,
regálame un verso,
con impulsos insolentes,
prohibidos y deseados...
Con tus ojos dame el beso.
Y un buitre graznó
-¡Silencio en mi santuario. !
Estos versos se esparcieron por el
aire como pétalos de rosas y fueron a posarse suavemente en los cuatro
miradores de La Code. Está naciendo un nuevo sendero de vida en La Code, sendero
humano. ¿Será esto el sabor del amor de pueblo?
Esta fantasía irreal está hecha ya
constelación durante años a lo largo del camino de La Code porque éste camino
ha sido el paseo de todas las mocedades durante siglos en los domingos de
cuaresma cuando los dos salones de baile estaban cerrados.
Por todo esto La Code es sendero,
es travesura y es juego, es canto y algarabía, es baile, es música y poesía, es
brisa y es en-amor.
Por esto el camino de La Code
también es nostalgia para el abuelo Antaño.
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