Era una tarde fría, un tanto
desapacible y con un sol tibio. El abuelo Raimundo, salió a dar un paseo por el
Parque de los Jesuitas e intencionadamente olvidó su móvil en casa para que no
le perturbasen, quería vivir sus recuerdos. Hacía tres años que su mujer se
había ido a pasear a otros parques y los hijos le habían dicho a través de sus
nietos que este año no podían acompañarlo y que pasase una Feliz Noche buena.
Se quedó triste, muy triste. Pero saneó su corazón y se envolvió en su mundo de
telarañas entre los chales y bufandas de sus recuerdos.
Cruzó el Parque donde jugaban
niños con sus padres y abuelos. A Raimundo se le añusgó el corazón, carraspeó,
tragó saliva, y reflexionó, soy abuelo y no juego con mis nietos. Detrás de él
venía un anciano con un andador que quería desviarse a otra calle pero el
bordillo de la acera se lo impedía. Pasó corriendo un chico y al verlo se
volvió y le dijo:
_ Abuelo, por aquí no puede, ahí
al lado hay una rampa. Espere, yo le ayudo.
_ Gracias, hijo. ¡Qué Dios te lo
pague!
_ Y eso ¿qué es? –preguntó el
joven. El abuelo se quedó mirándolo…, pero el joven siguió corriendo. Todos los
hombres viejos tienen un apodo bonito: ¡Abuelo!
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Al abuelo Raimundo se le había
pasado la contractura de la corva al observar aquel simulacro de hombre, bien
parido, mejor criado y mal andante. De pronto, Raimundo se asustó, volvió su
cabeza y miró hacia atrás por si alguien le estaba observando él de espaldas.
Se cruzó con una pareja de
ancianos que paseaban cogiditos del brazo y apoyados en sus bastones, miraban
con ojos desvaídos, pero sin ver. Oyó que el hombre le musitaba a su mujer:
_ María, ¡qué pena!
¡Cómo nos vamos haciendo mayores!
_ Calla, Bartolo, aún
estamos los dos juntos pedaleando. Y Raimundo recordó a su mujer que había volado
en invierno y pensó: ¿estará ella paseando también en otro parque?
Se fue a la orilla del Tormes, el
río de aguas oscuras, gélidas y serenas que espejaban el cielo azulado y los
árboles de las orillas. Se acercó a la barandilla del puente que va a La
Fontana, frente a la imprenta KADMOS, y se vio reflejado allá abajo, en el
espejo de las aguas. El mundo enfrentado y al revés. Su imagen, agarrada a la
barandilla, le pareció un monigote y se preguntó: ¿quién será ese payaso que me
mira desde el fondo del río? Le pareció una mofa, con la gorra y la bufanda. No
se conocía a sí mismo. Sintió vértigo de la altura y por lo mismo se sintió
atraído por el agua. ¿Para qué estaba él aquí, encogido y mirando a ese muerto
en el fondo del río? ¿Le estaba esperando allá abajo? Se sintió un cuerpo
extraño, respirante aún. Quiso buscar otra felicidad pero se alejó de allí,
prefería pasear y almacenar ganas de cenar.
Se volvió al Parque de los
Jesuitas. Los abuelos deambulan como seres sin destino fijo, y sobre todo en
invierno. Le adelantaron varios grupos de jóvenes corriendo y al pasar el
abuelo Raimundo sentía el empujón de la oleada de aire como un tifón. ¡Qué
forma de quemar energía! En la orilla del río se levantó una neblina lechosa y
el cierzo se le metía en las narices y le picaba en la garganta. Sintió frío en
el cuerpo y en el alma, y se volvió a casa. Era la primera Navidad que estaba
solo y no quería complicarse con la cena: un caldo, unos espárragos, una loncha
de jamón y queso, ah, y un vaso de vino. Antes de salir había dejado la mesa
puesta y en el centro había colocado el misterio escueto, sólo el Niño y sus
padres.
Como tenía el ánimo un tanto
reblandecido por haber visto tantos hijos, nietos, abuelos en el parque, paseó
como sonámbulo por el piso mientras oía el allegretto de la séptima de
Beethoven, que siempre le inyectaba coraje. Después puso una cinta de
villancicos de dos horas de duración que él, siendo joven, había grabado en su
viejo magnetofón Grundig TK 14. Y volvió a soñar. Con el ánimo más entero y
sosegado se puso a cenar. Se tomó el caldo caliente, despacio, como quien fuma
un puro esperando a alguien que sabe no va a venir. Había puesto el resto de la
cena sobre la mesa para no tener que levantarse.
Invitó a cenar a la familia de
Belén, pero se excusaron diciendo que era tarde y el Niño se estaba a punto de
dormirse. De pronto se encaró con el Niño y le dijo:
_ Jesús, tú al menos
tienes a tus padres contigo. Yo no tengo padres, ni hijos, ni nietos.
El Niño se despertó sin llorar y
le pareció que la madre María giraba la cabeza para mirarle. Raimundo se
emocionó y el silencio le pareció sedante y familiar. Siguió escuchando los
villancicos: Noche de amor, noche de paz. Pasado un rato se puso a tejer
sueños, pues estos villancicos los había oído todos los años en compañía de su
mujer y recordó momentos muy felices. Había conseguido vencer la tristeza. El
pasado le ha dado coraje en este su presente.
A su mente fue bajando suavemente
una neblina sedosa que le envolvió acogedora, la maquinaria de sus sueños
lentamente se fue inmovilizando... Y se quedó… Se había alejado del ruido
exterior. Había tejido su mundo interior en paz y felicidad. La felicidad estaba
dentro de él. Había aprendido a vivir sin depender de apariencias externas.
Viejo y aprendiendo.
De noche soñó que soñaba con sus
hijos y nietos y le daba de regalo de Reyes Magos:
_ Os bendigo porque comprendéis mi torpeza
en andar, en oír, en entender, y sobre todo, gracias, porque no me decís: “esto
nos lo has repetido ya varias veces”.
Interesante, curioso y bonito blog. Cuánto me gustaría que formara parte de nuestra globosfera; esto es: El "Rincón bloguero" de la güeb (que no web) de La Zarza. Espero y deseo que en el nuevo año que comenzamos esto suceda. En el citado Rincón no exigimos nada, tampoco pagamos nada, se actúa cuando viene bien, haya ganas,... Si es por dinero, te pagamos lo mismo que en Arribesaldía; siempre que no exceda la cuantía de 10.000 € mes.
ResponderEliminarEn la espera que estudie nuestra oferta, le envío mi mas cordial saludo.
-Manolo- El de La Zarza