Dedicado
a los seleccionados para el equipo político en las elecciones.
Me he permitido la
licencia de inventar la palabra MiraDuero para singularizarlos, en Las Arribes
todo está abocado y precipitante al Duero.
A los pies de esta
roca tan ceñuda está el topónimo La Solana, productora en otros
tiempos de la rica aceituna negra de Mieza, famosa hasta en Valladolid, y entre
cuya arboleda apreciáis las olivas que, las pobres, perviven agónicas del
abandono de sus dueños ante las avasallantes encinas. Hace sólo 60 años,
una parte de esta ladera, llamada La Blanquea, estaba tan
limpia de fusca que, vista desde los MiraDueros de La Code, blanqueaba la
tierra arenisca en la que resaltaban los verdes y cenicientos olivos y los
oscuros paredones. Hace sólo 60 años en los fríos meses de enero estos olivares
eran una escena idílica donde pastaban unos 10 rebaños de 40 ovejas cada uno y
dormían a la luz de la luna encerradas en los bardos. Hoy, esta tierra, otrora
paraíso de lagartos, está siendo reconquistada por sus primeros dueños, la
encina tozuda, el áspero jaral, el zarzal dentado, el áspero carrasco, la fusca
sofocante, los punzantes jumbrios, los bravíos zambuyos, las sofocantes
escobas, el ibérico jabalí…
El labriego ha doblado
ya sus cuadriles y se ha rendido. El bosque crece invasivo sin control.
En La Solana cantaban antes el mirlo y el
olivarero: apañando aceituna se hacen las bodas…, el pastor
voceaba al ganado, sonaban el cencerro y rugía el Duero. Ahora te espanta
hablar alto por no romper este cristal silente. Da miedo cantar. El silencio
está cuajado y te vocea, Estos, Fabio, ay dolor que ves
ahora…. Hasta los manantiales se han secando. Hasta el Duero
ya no ruge.
Las antiguas culturas
han cantado la vida sosegada del campo y han desarrollado una literatura
bucólica que añora la vida relajada. En el principio Dios creó el cielo y la
tierra, donde colocó a Adán y a Eva en medio del Paraíso. Luego comieron del
Árbol del bien y del mal y fueron expulsados de este Paraíso, pero como les
quedó entrañada esta pérdida y añorado este señuelo, se les prometió la Tierra que mana lecha y miel. De la pérdida de
este Paraíso les emana una añoranza idílica de la vida campestre. Dichosos
tiempos aquellos en que la madre naturaleza abastecía espontáneamente tus
necesidades, dormías tu siesta holgazana tumbado a la sombra de una higuera,
tocabas tu flauta apacentando tu rebaño, alargabas el brazo y alcanzabas los
frutos maduros del árbol. Todo cuando te apetecía, frutos y caza, todo estaba
al alcance de tus necesidades. ¿Es la añoranza nostálgica de aquel Paraíso
perdido? Así, cualquiera tiempo pasado fue mejor. Y nuestros clásicos
cantaron esta vida idílica y bucólica del campo:
Dichoso aquel que
lejos de los negocios como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a
trabajar los campos paternos con sus propios bueyes. (Odas, Horacio, s. I
a. C.)
Oh Títiro, tú que te
recuestas a la sombra de una haya y practicas la música silvestre con una caña. (Bucólicas,
Virgilio, s. I a. C)
En Navidad nace Dios
en un pesebre rodeado de pastores.
Qué descansada vida
la del que huye del
mundanal ruido (Fr. Luis de León)
Y en el siglo XVI se
desarrolló en España la novela pastoril con escenas alegres entre
pastores, rebadanas y zagales, en la enramada de
una naturaleza risueña, bucólica e irreal, donde no se oía más que nostálgicos
sones de rabel, balar de ovejas ante balidos tristes de recentales, esquileos y
ladridos de mastines.
¡Dichosa edad y siglos
dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron por nombre de dorados…! (D Quijote a
Sancho, comiendo bellotas en compañía de unos cabreros. Cervantes)
Una pradera con ovejas
blancas y lanudas, con recentales que corren y respingan entre el tintineo de
esquilas y de fondo una melancólica flauta que llora. También se
desarrolló la novela picaresca, género peculiarísimo de España.
Pero… ¿cuándo hemos
podido perder aquel Paraíso?
Cada uno pone su
contento donde ha plantado su Paraíso. La naturaleza es un libro en el que ha
quedado grabado cómo se ha ido perfilando, y en el que las gentes también han
escrito sus costumbres. Pero también se va grabando el abandono de los pueblos
dando opción a que la vegetación salvaje recupere su Paraíso perdido. El
olvido, la soledad y el abandono van cambiando los colores de las cosas. Y así,
en esta tierra sólo podrán vivir los autóctonos, zambuyos, encinas, carrascos,
los que han sido paridos aquí, los que han echado raíces aquí, como nuestros
antiguos viejos. Un hombre de paja no puede vivir aquí. Y en la geografía
española hay pueblos abandonados que por su soledad son un monumento a la
muerte, como una vieja gramática latina. Julio Llamazares en su libro La lluvia
amarilla describe el abandono de un pueblo del Pirineo: Como arena, el
silencio sepultará las casas. Como arena, las casas se desmoronarán. Oigo ya
sus lamentos. Solitarios. Sombríos. Ahogados por el viento y la vegetación.
Los políticos, que no
son listos, intentan retener en los pueblos a las gentes, que no son tontas.
¡Qué vengan ellos a ser cohabitantes de estos andurriales! Antes en cada
pueblo, un nido de cigüeña y un tonto. Los pueblos se quedan vacíos porque son
los viejos los únicos que hacen pueblo, aunque las fiestas de agosto y
septiembre las hagan los jóvenes para ellos, pero pueblo lo hacen sólo los
viejos y ya están hartos de hacer el papel de tontos de pueblo, ante los listos
de la ciudad. Las ciudades a los pueblos los han llamado pueblos y a sus habitantes los
han llamado aldeanos. Las ciudades han hecho así a los
pueblos. Y esto no tiene remedio.
La gente prefiere la
guerra agobiante, antes que la paz somnolienta y aburrida de las aldeas y
buscan los beneficios del moderno bienestar social. Y no les llaméis
emigrantes, ni les pongáis vallas, ni les exijáis papeles. Respetad las
migraciones humanas internas. En la frase machacona que nadie asume, Yo me vuelvo al
pueblo, si alguien se vuelve al pueblo, pronto se devuelve o
es devuelto. ¿Tenemos que ser siempre, nómadas, vagabundos, romeros…, sin
raíces, sin amigos, sin tradiciones, sin…? Ser en la vida
romero…, sin otro nombre y sin pueblo. Estas soledades humanas de
los pueblos quedarán para relajo de los saltamontes ciudadanos en sus fines de
semana, que nerviosos de sus guerras civiles laborales y ciudadanas desertizan
Madrid y encabronan los pueblos. Y dirán como papagayos: los pueblos tienen
encanto. Más que hacer viajes a…, hacen escapadas de…
Escapan de la ciudad a rincones con encanto que les ha
inoculado la propaganda. Me asalta el libro de Sergio del Molino, La España vacía. Y esto no tiene
solución.
Y esta disputa del
vaciado de los pueblos ha entrado en las carnicerías de los debates de partidos
políticos para degollarse entre ellos. En esto, que no tiene remedio, es cierto
que la comodidad de la ciudad ha degradado el trato humano. Un habitáculo en
ciudades es una caja de zapatos con paredes de pladur, empesgada de cemento por
arriba y por debajo, embetunada de asfalto, torturada por coches, autobuses,
inundada de gentes…, sí pero al lado está el centro médico, el hospital,
colegios, puesto de trabajo, guarderías, farmacia, supermercado, quiosco,
iglesia, actividades para niños, parque, autopistas de banda de móviles… y,
como no son tontos, terminan abandonando el sucio morillo. Esto buscan. ¿Será
ésta la tierra prometida que mana leche y miel? ¿Vale menos esto que
un espacio abierto en el pueblo? ¿Es una necesidad el espacio libre? Para
muchos madrileños, España se limita al barrio de Salamanca, y para muchos
salmantinos Salamanca termina en su Plaza Mayor. Los listos de la ciudad
critican a los del pueblo diciendo: en el pueblo viven cuatro y no se
hablan. ¿Cuántos no se hablan en tu comunidad? ¿Se
soportan? Me vuelvo al pueblo. Ni los ocupas que desarrollan
esta actividad usurpadora en la capital se acercan a ocupar los pueblos. Y esto
sin solución.
Durante siglos la
ciudad ha dado la espalda al Duero y a los pueblos de Las Arribes, pero ahora
estos pueblos son abandonados por sus mismos autóctonos arribeños. Razones
tienen. Las normas comunitarias los agobian. Las Arribes nunca fueron un
Paraíso, ni perdido ni encontrado, sus habitantes, paridos aquí, siempre tenían
que trabajar para comer, para así poder seguir trabajando. En los pueblos
mandaban antes, el alcalde, el médico, el cura y el maestro, estos han sido los
primeros capitanes en abandonar el barco, junto con la Guardia Civil y las
mozas casaderas. El Duero eterno, el río de los olvidos, sabe todo esto, ¿calla
o se hace el tonto? Pasen, señores, vengan a admirar los encantos desde sus
MiraDueros. Él Duero se ríe de esta Ironía, tan cínica, que lo hace tonto. Si
hasta el Duero ya no ruge.
Venancio Pascua Vicente
No me extraña nada que al mundo rural se le este tratando como un producto perecedero, y sometido a la obsolescencia planificada o programada, quienes se benefician, en principio, al disminuir la población se pueden beneficiar particulares que compren terrenos a precio de saldo y empresas multinacionales , que los utilicen para explotarlos industrialmente sin respeto al medio ambiente o como basurero de productos altamente contaminantes, ya que al no tener respuesta ciudadana , por despoblación o envejecimientos , pueden actuar de una forma mas disimulada , para logra sus objetivos y la zona de las Arribes, de no cambiar el chip, esta abocada a ser un basurero sepulcral, bonito por fuera pero corrompido por dentro.
ResponderEliminarSr. D. Venancio Pascua:
ResponderEliminar¿Su blog en la blogosfera de La Zarza PA CUANDO?
Que no, que esto (nuestros pueblos)... Ya no tiene remedio.
Gracias a que nos quedan tus escritos para recordar lo que fueron y cómo fueron aquellos pueblos y aquellos tiempos.
Saludos, Manolo, el de La Zarza