Mieza tiene cuatro parajes
espectaculares por su personalidad, su orografía y su sorprendente belleza: Los
Reventones con su Miraduero La Peña La Salve, La Code, Las Arribes con su
Miraduero La Peña el Águila y El Carrascal con El Mirador del Cura. Los miezucos
cambian de Miraduero para no aburrirse de admirar tanta belleza en lontananza.
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Pasamos al lado del Pilar del
Valle la Cruz, de El Teso las Chinas entre viejos vergeles centeneros cercados
todos con muros de piedra, del Miraduero La Peña el Águila, atravesamos el
Arroyo el Tuerto, dejamos a la izquierda el Arroyo Los Pajares y un poco más
adelante, ya en El Carrascal, saludamos Las Tres Marías madres, tres encinas
alineadas a la orilla del camino, de las que sólo quedan ya dos. Hace años los
pastores que guardaban sus piaras de ovejas en el Carrascal se daban cita en
este punto para regresar juntos a Mieza. Es El Carrascal. Antonio Machado
canta, Encinares castellanos // en laderas y altozanos...
Soledad sonora que
vibras en mí.
En El Carrascal había fincas
productivas como la huerta de Los Saqueros, atravesada por el regato
Milredondo, y que abastecía de pimientos, cebollas, ajos, a los pueblos de la
redonda. En Saucelle decían, “¡Qué buenas cebollas se crían en
Mieza!” Alto ahí, las
cebollas no engordaban por el aire, si no por el buen trabajo y el abono
con cagalitas de cabras que compraban al tío Isaac en la Casa
de los cabreros. El Duero criaba buenos peces y ricas enguilas pero había que ir a por
ellos y mojarse el culo. Dentro de la finca de Los Saqueros está la ermita de
San Amao, hoy convertida en cuadra, y que dio nombre a este topónimo de San
Amao. Antes de esta ermita, hubo otra al santo en la orilla del Rio en Las
Aceñas de Pandera donde, al decir de los miezucos, unos pescadores de enguilas rescataron la imagen de San
Amaro, que abreviaron a San Amao, le erigieron allí una pequeña ermita, desde
donde los mozos de Mieza subían al santo hasta la pradera del actual San Amao y
a donde se acercaba el pueblo en romería a pasar el día. Tal vez de esta vieja
costumbre renazca la fiesta del actual Domingo de Pascua. Después subieron
definitivamente al Santo hasta esta ermita de El Carrascal y actualmente dicha
imagen, recién restaurada, está en la ermita de San Pedro en el Cementerio.
Echad un vistazo a la Casa de Cabreros, al Mirador del Cura en finca privada, a
Montegudín y a Las Conejeras.
El Carrascal estaba antes todo
abierto donde pastaban libres piaras de ovejas y cabriás. Ahora todo son matujos de
ásperos carracos, punzantes jumbrios, escobas, escañabones, jedigueras, gamonales, lecherenas (lechetreznas), (cuidado los
rapaces traviesos con la leche de esta planta), y todo cercado de alambradas.
Cada encina y cada sobrero tenían su dueño a veces marcados con cortes como
hierro de propiedad, pues a veces estaban enraizados en tierras ajenas. En este
Carrascal ya no suena el hacha del leñador porque está prohibido cortar árboles
y porque ya no hay hombres que gateen para subir a cortar ramón o a varear la
bellota. Eran hábiles, trepando sin escaleras como guepardos por el tronco al
alcornoque o ayudados desde lo alto del mulo, se movían como monos sin arneses
por las ramas con la podadera sujeta al cinto en la parte posterior a cortar
ramón o a varear la bellota y luego apañarla una por una a riñón doblado. Vida
dura. Si cogían dos o tres sacos de bellota la guardaban para echársela a los
cebones en el mes de noviembre, mezclada con un poco de brujo, restos de la cuña y la piel de
aceituna después de haberla triturado y prensado en la almazara, junto con unos
polvos de harina.
Estas encinas pueden alcanzar los
10 metros de altura. Su tronco, áspero, grisáceo, retorcido, revestido de
líquenes, y en su copa amplia y ramificada hasta llegar casi al suelo, anidan
rabilargas, palomas, tórtolas; de sus ramas penden orugas balanceándose y
formando procesiones, arañas tejiendo su red para atrapar las moscas voladoras,
en sus coqueras se refugiaban el mochuelo, la lechuza, la comadreja, algún
enjambre de abejas o avispas, el lagarto, la lagartija, y en sus raíces la
madriguera de algún conejo. Toda una fauna en su tronco chaparro. Paséate por
El Carracal y no encontrarás un sobrero o una encina que no tenga su coquera,
como todos los humanos. Sus flores en formas de racimillos amarillentos y
ocres, con el haz verde-oscuro de sus hojas y el envés revestido de una capa
blanquecina.
El alcornoque es más altivo, su
copa más abierta y su bellota más chata, arropa su tronco con un refajo de
corcha gris que luego los humanos desnudan su barriga cada 9 años y lo dejan
con el culo al aire. ¿Qué tendrán la encina y el alcornoque? Ambos dan el fruto
de la bellota tan sabrosa para los cerdos, y estos tan gustosos para los
humanos, a los que no les gusta ser llamados belloteros, sin embargo para
valorar un jamón lo predican de bellota y las abejas cocinan la miel de
encina. La bellota, un bien escaso, como todo bien en aquellos años de escasez,
de los higos pasos, las castañas pilongas, hasta las bellotas eran apreciadas
para comer. Algo tendrán las encinas que producen jamón de bellota y miel de
encina. Tenían que estar atentos para recoger la bellota antes que otro la
aventase. Nuestro Luis de Góngora se regocija en Ande yo caliente y
ríase la gente…,sin calefacción ni
televisión, con,
«Cuando cubra las
montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas…,
…y ríase la gente».
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas…,
…y ríase la gente».
El aire penetra en sus copas, se
cuela por entre por las ramas haciendo palmotear y abanicar sus hojas
produciendo vibraciones sonoras. Qué suerte tenían los miezucos, pues la hoja
de la encina, del alcornoque, de la oliva, del quejigo, es perenne y renovable,
para disponer del ramón de roije de las ovejas y cabras en
los crudos meses del invierno. Aquellos desheredados de la fortuna, sin tierra
para trabajar, sólo podían cosechar hambres; no podían ir a por leña para
calentarse ni para hacer la comida, para lo cual no necesitaban leña porque no
tenían qué comer. Ay si nos hablara La Senara del los Tararos.... Oigo a un
miezuco que subido en una encina corta ramón para las ovejas y canta: Carbón de encina,
cisco de roble, // la confianza no está en los hombres. Es un recuerdo, una ilusión.
Y ¿qué decir de la madera de la
encina? La mejor leña para el carbón de asados, carbón de encina,
cisco de roble, para herramientas de
carpintero, garlopa, cepillo y formón, melenas de campana, cuñas del arado,
badajos de aguisos y cencerros, piezas de cola de milano en el
ensamblaje de piedras en iglesias,
Hoy no hay conejos, ni perdices,
ni palomas, ni tórtolas, ni lagartos, ni lagartijas, ni…, ni ovejas, ni cabras,
ni pastores, ni personas, ni… ¿Habrá tarántulas, víboras, escorpiones…,
fantasmas…? El campo también se está vaciando de seres vivos. Hoy, Domingo de
Pascua El Carrascal está vivo, hermoso y alegre, pero mañana estará solitario
como los pueblos, y avanzando su reconquista por todo el término de Mieza.
En El Carrascal renacen jóvenes
encinas, se repuebla el bosque de ojaranzos, nos invaden las escobas, hay
sobreros soberbios, GIGANTES, aunque muchos han sucumbido a los años, al hacha
del leñador o al fuego devorador. Y el ser humano huye.
Entre tanta aspereza vamos a poner
un poco de color y sentimiento. En El Carrascal es abundante el arbusto
aromático o lavándula o cantueso, comúnmente llamado tomillo y en más vulgar el
tomillo borriquero. He visto cacarroyas y una flor de blanca novia
que podría ser la Estrella de Belén, leche de pájaro, que se abre a pleno sol y
se cierra al caer la tarde, la “dama de las once”; bonita luna de miel.
Sendereando con un biólogo por los Olivares encontramos varias orquídeas, y me
dijo, mejor no enseñarlas para que no desaparezcan.
Los golpes del hacha se expandían
por todo el Carrascal y los ecos resonaban lejos multiplicados en ecos secos y
entrecortados, amortiguados y enmadejados entre las ramas de las encinas. Oigo
una brisa que sacude el encinar, las hojas se asustan, revolotean y palmotean
unas contra otras como señal de alarma. Luego el viento sopla más fuerte,
produce gran estruendo, y una música turbulenta y medrosa que en el atardecer
estremece a las almas que vagan por allí. Ruge el vendaval y se orquesta una
sinfonía de ruidos entre las ramas, cada hoja vibra su nota y cada rama zumba
su acorde cercano o lejano, ruidos que se armonizan en melodías en el conjunto
en una sinfonía de brujerío. Surgen sombras fantasmales, medrosas. Cuando
ruge el Carrascal se acerca la tormenta, y brama el Duero, y se abroncan los
picones unos a otros y se oyen lamentos en las sombras. Se asustan las almas
medrosas. Los lugareños huyen. Huyen de los Olivares, de Las Arribes, del Carrascal.
Huyen a su hogar, al “Lugar”, a Mieza. Llueve. Terminó la fiesta campera.
Atardece. Huyamos de El Carrascal…
La luz del sol se apaga
entre encinas y sobreros,
picones y gamonales.
Oscurece. Sopla el viento.
Crujen troncos y piornales,
me asaltan sombras medrosas,
oigo voces sigilosas,
bramidos de carrascales…
Me da miedo. Tengo miedo.
Y mi sentimiento clama:
¿Por qué ruge El Carrascal?
Madre mía, di,
¿Por qué tus ojos, madre,
por qué lloran por mí?
Rugió el vendaval...
Pasó la tormenta. Pero el sobrero quedó herido.
Despojos de una
batalla de gigantes contra el fuego
Bonito paseo por esos lares miezucos con toda suerte de descripciones que te llevan en volandas a un tiempo a la vez pasado y presente.Yo he recorrido con atención este relato para empaparme de los aromas,los sonidos y las vibraciones de este paraje arribeño, paraje de Mieza y de todos. Uno aprende con estos relatos de Venancio, y uno aprende a respetar más si cabe este paisaje que se nos va, o se nos queda huérfano de bichos, cabras, ovejas, pastores que cantaban, qué pena. Entre aquella época de penurias y esta de despilfarro, hay un término medio que ojalá hallemos más pronto que tarde.
ResponderEliminarPues, amigo Félix, parece que ese término medio, donde está la virtud, para todo, estamos cada día más lejos de él.
ResponderEliminarVenancio quiere empadronarme y hacerme de Mieza y yo le digo lo mismo, pero al contrario, que él debe hacerse zarceño y empadronarse en nuestro pueblo. Pero pensando, pensando yo he llegado a una conclusión: Empadronarnos los dos en Mieza y los dos en La Zarza. ¿Qué sería esta pequeña corrupción administrativa, comparada con las corruptelas que dia tras día nos hacen nuestros gestores?... POS ESO!