sábado, 27 de abril de 2019

La Pascua de Mieza en el Carrascal


Mieza tiene cuatro parajes espectaculares por su personalidad, su orografía y su sorprendente belleza: Los Reventones con su Miraduero La Peña La Salve, La Code, Las Arribes con su Miraduero La Peña el Águila y El Carrascal con El Mirador del Cura. Los miezucos cambian de Miraduero para no aburrirse de admirar tanta belleza en lontananza.

El pasado domingo, día 21 de abril, Mieza celebró su Pascua con una fiesta campera en El Carrascal, a tres kilómetros de Mieza y lindante con el término de Vilvestre. En cualquier claro del monte había mesas de camping, coches y mucha gente. Desde Mieza se accede al Carrascal por el camino real de Las Aceñas de Pandera y por el Camino Vilvestre, hasta Las Escarvajas de Arriba, cerca ya del picón del Mormeral, un desvío por la rodera de Valdelaviña al lado del caño Milredondo. Desde Vilvestre venía otro camino, hoy usurpado a lo público por fincas particulares, hasta el camino de Pandera cerca del Mirador del Cura. De lejos El Carrascal es una mancha oscura, pardusca y sombría de encinas verdinegras y parduscos sobreros o alcornoques, en un terreno con ligeras ondulaciones al borde de Las escabrosas Arribes. Hace años El Carrascal retrocedía ante la invasiva tala de leña para la lumbre. Hoy, ante el abandono del campo, El Carrascal, ahora invasivo él, reconquista su antiguo terreno.

Pasamos al lado del Pilar del Valle la Cruz, de El Teso las Chinas entre viejos vergeles centeneros cercados todos con muros de piedra, del Miraduero La Peña el Águila, atravesamos el Arroyo el Tuerto, dejamos a la izquierda el Arroyo Los Pajares y un poco más adelante, ya en El Carrascal, saludamos Las Tres Marías madres, tres encinas alineadas a la orilla del camino, de las que sólo quedan ya dos. Hace años los pastores que guardaban sus piaras de ovejas en el Carrascal se daban cita en este punto para regresar juntos a Mieza. Es El Carrascal. Antonio Machado canta, Encinares castellanos // en laderas y altozanos...
Soledad sonora que vibras en mí.
En El Carrascal había fincas productivas como la huerta de Los Saqueros, atravesada por el regato Milredondo, y que abastecía de pimientos, cebollas, ajos, a los pueblos de la redonda. En Saucelle decían, “¡Qué buenas cebollas se crían en Mieza!” Alto ahí, las cebollas no engordaban por el aire, si no por el buen trabajo y el abono con cagalitas de cabras que compraban al tío Isaac en la Casa de los cabreros. El Duero criaba buenos peces y ricas enguilas pero había que ir a por ellos y mojarse el culo. Dentro de la finca de Los Saqueros está la ermita de San Amao, hoy convertida en cuadra, y que dio nombre a este topónimo de San Amao. Antes de esta ermita, hubo otra al santo en la orilla del Rio en Las Aceñas de Pandera donde, al decir de los miezucos, unos pescadores de enguilas rescataron la imagen de San Amaro, que abreviaron a San Amao, le erigieron allí una pequeña ermita, desde donde los mozos de Mieza subían al santo hasta la pradera del actual San Amao y a donde se acercaba el pueblo en romería a pasar el día. Tal vez de esta vieja costumbre renazca la fiesta del actual Domingo de Pascua. Después subieron definitivamente al Santo hasta esta ermita de El Carrascal y actualmente dicha imagen, recién restaurada, está en la ermita de San Pedro en el Cementerio. Echad un vistazo a la Casa de Cabreros, al Mirador del Cura en finca privada, a Montegudín y a Las Conejeras.
El Carrascal estaba antes todo abierto donde pastaban libres piaras de ovejas y cabriás. Ahora todo son matujos de ásperos carracos, punzantes jumbrios, escobas, escañabones, jedigueras, gamonales, lecherenas (lechetreznas), (cuidado los rapaces traviesos con la leche de esta planta), y todo cercado de alambradas. Cada encina y cada sobrero tenían su dueño a veces marcados con cortes como hierro de propiedad, pues a veces estaban enraizados en tierras ajenas. En este Carrascal ya no suena el hacha del leñador porque está prohibido cortar árboles y porque ya no hay hombres que gateen para subir a cortar ramón o a varear la bellota. Eran hábiles, trepando sin escaleras como guepardos por el tronco al alcornoque o ayudados desde lo alto del mulo, se movían como monos sin arneses por las ramas con la podadera sujeta al cinto en la parte posterior a cortar ramón o a varear la bellota y luego apañarla una por una a riñón doblado. Vida dura. Si cogían dos o tres sacos de bellota la guardaban para echársela a los cebones en el mes de noviembre, mezclada con un poco de brujo, restos de la cuña y la piel de aceituna después de haberla triturado y prensado en la almazara, junto con unos polvos de harina.
Estas encinas pueden alcanzar los 10 metros de altura. Su tronco, áspero, grisáceo, retorcido, revestido de líquenes, y en su copa amplia y ramificada hasta llegar casi al suelo, anidan rabilargas, palomas, tórtolas; de sus ramas penden orugas balanceándose y formando procesiones, arañas tejiendo su red para atrapar las moscas voladoras, en sus coqueras se refugiaban el mochuelo, la lechuza, la comadreja, algún enjambre de abejas o avispas, el lagarto, la lagartija, y en sus raíces la madriguera de algún conejo. Toda una fauna en su tronco chaparro. Paséate por El Carracal y no encontrarás un sobrero o una encina que no tenga su coquera, como todos los humanos. Sus flores en formas de racimillos amarillentos y ocres, con el haz verde-oscuro de sus hojas y el envés revestido de una capa blanquecina.
El alcornoque es más altivo, su copa más abierta y su bellota más chata, arropa su tronco con un refajo de corcha gris que luego los humanos desnudan su barriga cada 9 años y lo dejan con el culo al aire. ¿Qué tendrán la encina y el alcornoque? Ambos dan el fruto de la bellota tan sabrosa para los cerdos, y estos tan gustosos para los humanos, a los que no les gusta ser llamados belloteros, sin embargo para valorar un jamón lo predican de bellota y las abejas cocinan la miel de encina. La bellota, un bien escaso, como todo bien en aquellos años de escasez, de los higos pasos, las castañas pilongas, hasta las bellotas eran apreciadas para comer. Algo tendrán las encinas que producen jamón de bellota y miel de encina. Tenían que estar atentos para recoger la bellota antes que otro la aventase. Nuestro Luis de Góngora se regocija en Ande yo caliente y ríase la gente…,sin calefacción ni televisión, con,
«Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas…,
…y ríase la gente».
El aire penetra en sus copas, se cuela por entre por las ramas haciendo palmotear y abanicar sus hojas produciendo vibraciones sonoras. Qué suerte tenían los miezucos, pues la hoja de la encina, del alcornoque, de la oliva, del quejigo, es perenne y renovable, para disponer del ramón de roije de las ovejas y cabras en los crudos meses del invierno. Aquellos desheredados de la fortuna, sin tierra para trabajar, sólo podían cosechar hambres; no podían ir a por leña para calentarse ni para hacer la comida, para lo cual no necesitaban leña porque no tenían qué comer. Ay si nos hablara La Senara del los Tararos.... Oigo a un miezuco que subido en una encina corta ramón para las ovejas y canta: Carbón de encina, cisco de roble, // la confianza no está en los hombres. Es un recuerdo, una ilusión.
Y ¿qué decir de la madera de la encina? La mejor leña para el carbón de asados, carbón de encina, cisco de roble, para herramientas de carpintero, garlopa, cepillo y formón, melenas de campana, cuñas del arado, badajos de aguisos y cencerros, piezas de cola de milano en el ensamblaje de piedras en iglesias,
Hoy no hay conejos, ni perdices, ni palomas, ni tórtolas, ni lagartos, ni lagartijas, ni…, ni ovejas, ni cabras, ni pastores, ni personas, ni… ¿Habrá tarántulas, víboras, escorpiones…, fantasmas…? El campo también se está vaciando de seres vivos. Hoy, Domingo de Pascua El Carrascal está vivo, hermoso y alegre, pero mañana estará solitario como los pueblos, y avanzando su reconquista por todo el término de Mieza.

En El Carrascal renacen jóvenes encinas, se repuebla el bosque de ojaranzos, nos invaden las escobas, hay sobreros soberbios, GIGANTES, aunque muchos han sucumbido a los años, al hacha del leñador o al fuego devorador. Y el ser humano huye.
Entre tanta aspereza vamos a poner un poco de color y sentimiento. En El Carrascal es abundante el arbusto aromático o lavándula o cantueso, comúnmente llamado tomillo y en más vulgar el tomillo borriquero. He visto cacarroyas y una flor de blanca novia que podría ser la Estrella de Belén, leche de pájaro, que se abre a pleno sol y se cierra al caer la tarde, la “dama de las once”; bonita luna de miel. Sendereando con un biólogo por los Olivares encontramos varias orquídeas, y me dijo, mejor no enseñarlas para que no desaparezcan.
  

Los golpes del hacha se expandían por todo el Carrascal y los ecos resonaban lejos multiplicados en ecos secos y entrecortados, amortiguados y enmadejados entre las ramas de las encinas. Oigo una brisa que sacude el encinar, las hojas se asustan, revolotean y palmotean unas contra otras como señal de alarma. Luego el viento sopla más fuerte, produce gran estruendo, y una música turbulenta y medrosa que en el atardecer estremece a las almas que vagan por allí. Ruge el vendaval y se orquesta una sinfonía de ruidos entre las ramas, cada hoja vibra su nota y cada rama zumba su acorde cercano o lejano, ruidos que se armonizan en melodías en el conjunto en una sinfonía de brujerío. Surgen sombras fantasmales, medrosas. Cuando ruge el Carrascal se acerca la tormenta, y brama el Duero, y se abroncan los picones unos a otros y se oyen lamentos en las sombras. Se asustan las almas medrosas. Los lugareños huyen. Huyen de los Olivares, de Las Arribes, del Carrascal. Huyen a su hogar, al “Lugar”, a Mieza. Llueve. Terminó la fiesta campera. Atardece. Huyamos de El Carrascal…

La luz del sol se apaga
entre encinas y sobreros,
picones y gamonales.
Oscurece. Sopla el viento.
Crujen troncos y piornales,
me asaltan sombras medrosas,
oigo voces sigilosas,
bramidos de carrascales…
Me da miedo. Tengo miedo.
Y mi sentimiento clama:
¿Por qué ruge El Carrascal?
Madre mía, di,
¿Por qué tus ojos, madre,
por qué lloran por mí?
Rugió el vendaval... Pasó la tormenta. Pero el sobrero quedó herido.

Despojos de una batalla de gigantes contra el fuego

2 comentarios:

  1. Bonito paseo por esos lares miezucos con toda suerte de descripciones que te llevan en volandas a un tiempo a la vez pasado y presente.Yo he recorrido con atención este relato para empaparme de los aromas,los sonidos y las vibraciones de este paraje arribeño, paraje de Mieza y de todos. Uno aprende con estos relatos de Venancio, y uno aprende a respetar más si cabe este paisaje que se nos va, o se nos queda huérfano de bichos, cabras, ovejas, pastores que cantaban, qué pena. Entre aquella época de penurias y esta de despilfarro, hay un término medio que ojalá hallemos más pronto que tarde.

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  2. Pues, amigo Félix, parece que ese término medio, donde está la virtud, para todo, estamos cada día más lejos de él.
    Venancio quiere empadronarme y hacerme de Mieza y yo le digo lo mismo, pero al contrario, que él debe hacerse zarceño y empadronarse en nuestro pueblo. Pero pensando, pensando yo he llegado a una conclusión: Empadronarnos los dos en Mieza y los dos en La Zarza. ¿Qué sería esta pequeña corrupción administrativa, comparada con las corruptelas que dia tras día nos hacen nuestros gestores?... POS ESO!

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